lunes, enero 29, 2007

Entrecortes de oficina

No soy de las que les gusta hablar de las vacaciones. Me gusta guardarme los recuerdos para mí. Los retazos de la gente que conozco se adhieren a mi retina, algunos quedan, otros se van.

Igual, hay cosas que no se borran.

No me voy a olvidar de una Hannah que conocí en Guatemala, en Semuc Champey.
Esa sensación de desborde, de marginalidad que entibia los huesos.

Me acuerdo que le tiré las cartas y visualicé un pasado negro que no me animé a decirle.
Vi un tunel.
Juro que lo vi.
Fue la primera vez que el tirar el tarot se convirtió en algo sinestético donde la visión que tuve fue intensa.

Me asuste y no le dije nada. Le hable de otras cosas. Le dije cosas que se acercaban a lo que veía pero no todo. Finalmente terminó llorando y contándome todo.

Aunque no se qué es todo.

Tampoco sé que es lo que le puede contar una chica inglesa de 22 años que estudia literatura, a punto de terminar y especializarse en literatura rusa, a una chica argentina que en ese momento no era feliz porque no estudiaba literatura, pero cuyo sueño era ir a Rusia también.

Cada una siguió su camino, pero el nombre Hanna aún resuena en mi.
Son esas amistades esporádicas e intensas que sólo se consiguen y desaparecen en un instante; que sólo ocurren en un viaje.

Ella había ido a limpiar su pasado oscuro, a purificarse en un ashram en el medio del lago atitlán.
Me vi reflejada en su mirada triste.

A veces siento que había más de ella en mí de lo que puedo admitir.


Entonces Centroamérica quizá sí fue un viaje que me marcó.

Fui a lugares casi no turísticos.
Me intoxiqué tres veces por comer porquerías en la calle.
Dormía en cuartos cuyas sábanas de hotel parecían virulana.

Pero era feliz.

Viajar sola es distinto.

Viajé durante un tiempo con unos gringos (no tan gringos porque si deciden conocer Honduras es que algo en la mente tienen) y el único español que hablaba era con la gente local, tanto que cambió mi acento.
“Español neutro” le dirían ahora que se puso de moda la novela venezolana o colombiana.

Me acuerdo irme con una bolsa de plástico con sábanas (parecía un dibujito animado) con un pescador en un kayako a Cayos Cochinos, una isla paradisíaca sin la infraestructura que afea esas islas. Sería como un Cancún, al que en ese viaje por Centroamérica decidí no ir, pero sin hoteles. Entonces sola en esa isla sólo con los garífunas (así se llaman los nativos de ciertas islas en honduras) llegué empapada a Cachos Cochinos, con mi bolsita de sabanas en la mano.

Todo porque había leido en una revista de National geograpich que ese lugar era un paraíso y patrimonio de la humanidad y la única forma de llegar no entraba en mis planes porque había que pagar como cincuenta dólares para ir er un barco, pasar dos horas y volver. Y en ese viaje ese dinero era lo que me alcanzaba para vivir más de una semana.

Entonces convencí a un pescador que me llevara (todo gracias a la heterogeneidad cultural que hacía que el pescador me viera como una "Belleza exótica" o "más bella que un billete de un millón de dólares".)

Como en esos viajes uno pierde la noción del tiempo, no se cuanto me quedé.
Quizá un día, quizá dos, quizá tres.

Pasaba el tiempo entre leer, hacer snorkel que me prestaban los garífunas, jugaba con los niños en la playa, los ayudaba a juntar caracoles para que después se los vendieran a los turistas canarios, comer pescado, así con cabeza, espinas y todo, acompañado con banana frita.

No se porque termino hablando de CentroAmérica que es un viaje que hice hace dos años, antes de mudarme a vivir sola.

Quizá porque en este verano en una noche de borrachera empecé a contar algunas anécdotas y locuras que hice en ese viaje y me dieron ganas de escribir.

1 Comments:

Blogger la Dama sol said...

qué lindo todo esto que contás.
Yo, por conocer Rusia no sé que haría.
No me voy ya mismo porque tengo la sensación de que si sigo adelante con mis estudios teatrales llegaré allí con el teatro (viste que al mundo le encanta el teatro argentino, no sé por qué), así que estudio y estudio.
Que cosa lo de Hanna... a mí me daría miedo que me tiren las cartas. Aunque, teniendo mucho cuidado, lo podríamos hacer alguna vez. Respirando, regulando la energía.
besos de centellas...soleil

12:42 a. m.  

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